La permisividad es catastrófica
La psicóloga Maritchu Seitún propone poner límites a los chicos en el hogar y no esperar que lo haga la escuela
La permisividad es catastrófica: El estado de permisivismo con el cual los padres hoy educan a sus hijos, es, a los ojos de la reconocida psicóloga Maritchu Seitún, un hecho catastrófico que acarrea consecuencias nefastas para el futuro. Y lo peor: los adultos no terminan de tomar conciencia.
Esta profesional que tiene su agenda atiborrada de consultas de padres (con quienes trabaja en orientación desde hace más de 30 años, como una manera de promover la salud emocional y evitar terapias de menores) explica que los mayores han entendido mal lo que significa no ser autoritarios.
«Quisimos salirnos del modelo autoritarista y hemos caído en un permisivismo aún más dañino. Los papás hoy tenemos miedo a nuestros hijos; tememos perder su amor si les decimos que no a ciertas cosas. Los hijos se han convertido en los pequeños reyes de la casa, y nosotros, en sus esclavos», agrega Seitún, autora del libro Criar hijos confiados, motivados y seguros , que acaba de publicar Grijalbo.
Seitún es una optimista por naturaleza. Propone, con ejemplos prácticos, un modelo educativo intermedio en el cual los padres habiliten a sus hijos a expresar sus sentimientos y deseos, al mismo tiempo que encaucen lo que dicen y hacen. O sea, máxima aceptación de lo que se siente y desea, pero firmeza adecuada.
Etapa capital
Si bien insiste en que los primeros cinco años de vida son cruciales para instaurar hábitos sanos, o para brindar esa mirada amorosa e incondicional que todo hijo precisa para crecer con una buena estima de sí mismo, insiste en que siempre hay tiempo para cambiar y ser mejor padre.
«Los chicos nos dan millones de oportunidades», dice.
Es posible, entonces, volver a empezar y convertirse activamente sen un padre tierno y firme a la vez, capaz de mirar y amar al hijo incondicionalmente, más allá de sus actos.
Para no dañar su autoestima, según explica, debemos criticar su conducta, pero no su persona. Decirle: ««Quiero que dejes tu cuarto ordenado», y no, por ejemplo, «Sos siempre el mismo desordenado»».
Hogar, escuela, sociedad
Ella concibe la educación como las capas de una cebolla o como las cajitas de las muñecas rusas. El hogar es el primer lugar que debe contener al chico y ayudarlo a crecer con límites sanos. Si éste no lo hace, el niño tenderá a portarse mal en el colegio y buscará los límites allí. Si la escuela no lo frena, saldrá a la calle a hacer lío con el fin de que la policía lo pare.
«Muchas veces, el menor que delinque una vez que llega a la cárcel siente alivio, ya que por fin alguien lo ataja y lo cuida de sí mismo», comenta.
-¿Por qué fallamos a la hora de poner límites?
-Primero, porque no somos modelos válidos. Todo vale a la hora de violar reglas. Conducimos por la banquina, pasamos la luz roja, no respetamos el lugar en la fila. Y además, desde nuestros hogares, las escuelas y la sociedad no estamos estableciendo un sistema claro de pautas por cumplir [que conlleven consecuencias cumplibles], y mucho menos estamos ayudando a los menores a desarrollar la capacidad de esfuerzo, de espera y frustración que tanto necesitan para convertirse en personas maduras.
-¿Qué consecuencias tiene el satisfacer sus deseos de forma inmediata?
-Al hacerlo estamos criando chicos sin vuelo ni aspiraciones. La satisfacción inmediata nos impide levantar vuelo y encauzar la energía hacia objetivos más elevados. La falta de frustraciones saludables explica, en parte, por qué muchos adolescentes de hoy pocas veces tienen sueños imposibles o ideales comunitarios que vayan más allá de un iPod, una PlayStation o un celular. Los neurólogos hoy están llenos de consultas de chicos que no pueden esperar, que no se pueden frustrar. Antes, esto lo aprendíamos de la mano de nuestros padres. Tocaba esperar dos años hasta heredar la bici del hermano. Hoy se la compran ya. Por todo esto, pienso que los mayores tenemos una tarea muy activa en estos temas porque los estímulos externos son muy fuertes y atractivos, y distraen del esfuerzo que implica esperar y postergar.
Esta cultura de la inmediatez, del todo ya, del descarte, produce chicos ansiosos, que quieren comprar de todo, hacer programas a cada rato. ¿Cómo manejar esta ansiedad?
-Se la maneja erigiéndonos en modelos y acompañando en el dolor. Los chicos no están acostumbrados a sufrir. Si, por ejemplo, el amiguito de la esquina no quiso jugar con mi chiquito de cuatro años, es mejor acompañar su sentimiento con frases como: «¡Qué bronca tenés! Te morías de ganas de jugar con fulanito y ¡qué pena que no quiso!». Es preferible eso a tener que decirle: «Bueno, no importa. Vamos a tomar un helado», para tapar su desilusión. Hay que trabajar su dolor para que el día que el compañero de banco del colegio lo rechace, él tenga recursos para soportarlo. Si no aprenden a sufrir de pequeños, nunca se animarán a alejarse de nosotros, porque al lado de papá no se sufre, o se convertirán más tarde en esos grandulones de 35 años que no quieren dejar la casa materna. Además, no tendrán herramientas para afrontar los dolores que la vida indefectiblemente les presentará.
El desafío y el esfuerzo por educar cada día con amor y paciencia es enorme y cansador, por momentos. Pero para Seitún, los intentos que se hagan por hacerlo suficientemente bien, con inteligencia, firmeza, buen ánimo y espíritu redundarán en el clima hogareño y el vínculo con los hijos.
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DIXIT
«Quisimos salir del modelo autoritarista y hemos caído en un permisivismo aún más dañino»
«Al consentirlos, criamos chicos sin vuelo ni aspiraciones. Las frustraciones son saludables»
MARITCHU SEITÚN
QUINCE MINUTOS EXCLUSIVOS PARA LOS HIJOS
Seitún es práctica a la hora de dar consejos de crianza. Explica, por ejemplo, que no es necesario estar largos ratos dedicados a los hijos. «Con 15 minutos exclusivos por día y por hijo es suficiente.» Eso sí: estando totalmente disponibles para escucharlos y mirarlos. Este tiempo diario es para ella «una vitamina que cura» y que, con los años, produce vínculos cercanos y amorosos en la familia. «Cuando nuestro hijo nota que, cuando estamos dedicados a ellos, aunque suene el teléfono o el celular nosotros no nos levantamos a atenderlo, se siente valioso y muy querido. Eso vale oro», concluye.
De la redacción de tvcrecer Fuente: Diario La Nación
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