Niños 96

Adultos impulsivos, hijos impulsivos

Muchas veces nuestros hijos actúan impulsivamente y eso nos enoja. Pero la realidad es que algunas actitudes nuestras promueven estas conductas impulsivas.

 

Muchas veces nuestros hijos actúan impulsivamente y eso nos enoja. Pero la realidad es que algunas actitudes nuestras promueven estas conductas impulsivas.

Nos enoja, y mucho, que nuestros chicos actúen impulsivamente, sin pensar. Empujan a la hermanita que se les cruzó en el camino, le arrancan de las manos a mamá el control remoto de la tele, revolean el joystick cuando pierden en un jueguito electrónico, y tantos otros ejemplos.

Esta forma de responder es inevitable durante los primeros años de vida y va cediendo a partir de los tres años por dos caminos: a) la maduración y b) el modelo de los padres y otros adultos que rodean al niño.

a) A medida que crecen y van integrando su sistema nervioso central, la corteza cerebral (el cerebro más «humano») va tomando mayor preponderancia y así los chicos empiezan a reaccionar ya no desde la emoción pura, sino mediatizando con la reflexión. Y esto ocurre por el simple hecho de crecer y madurar.

b) Nos cuesta darnos cuenta de que algunas actitudes nuestras promueven las conductas impulsivas, y no ayudan a que nuestros chiquitos dejen de tenerlas. «Te pego» (para que no pegues), «te empujo» (para que no empujes), «te grito» (para que no grites).

A veces ni siquiera tiene que ver con los chicos, pero ellos nos miran y aprenden: el adulto que revolea la raqueta de tenis ante un mal tiro, el que le tira el auto encima a otro en la rotonda porque tiene derecho de paso, el que insulta en la calle ante una mala maniobra de otro conductor, la persona que le grita al colectivero, o el que despotrica ante un accidente doméstico. Porque no sólo los actos, a veces las palabras pueden ser impulsivas.

No está mal que nos enojemos, de hecho, el enojo es una emoción necesaria que ayuda a la supervivencia, muchas veces nos señala que algo o alguien nos está incomodando, que está entrando en territorio personal sin nuestro permiso. Pero tenemos que estar muy atentos a nuestras respuestas porque los chicos nos copian, imitan, se identifican con nosotros en infinidad de temas, entre ellos en la forma en que manejamos el enojo.

Cuando aprendemos a separar lo que sentimos de lo que hacemos (a partir de eso que sentimos), tanto con nosotros mismos como con los chicos, les vamos señalando el camino de la humanización: ya no doy la respuesta instintiva, automática, ante aquello que me molestó, sino que puedo enojarme y elegir la mejor respuesta en lugar de reaccionar impulsivamente: si me molesta que mi hijita se cruce para pasar delante de mí, una respuesta no impulsiva podría ser hablar de su apuro («querías llegar primera») para seguir con el mensaje didáctico: «Los grandes pasan primero, ¿te acordás que ya lo hablamos?». En otro caso, «no es nada divertido perder, pero no vuelvas a revolear el joystick porque te vas a quedar sin consola por unos cuantos días, y vas a tener que pagar el arreglo si se rompe». Y en otro «sería genial ver siempre lo que uno quiere en la tele, pero éste es el turno de tu hermano, así que devolvele el control remoto».

Con los más chiquitos se trata simplemente de poner en palabras nuestras lo que lo hizo enojar y reaccionar, e impedir que lo siga haciendo («te enojaste con mamá porque no te deja abrir la heladera, pero a mamá no se le pega»). Así vamos ayudándolos a aprender un modelo de reflexión y de intentos de comprender lo que los hizo actuar impulsivamente que, con el tiempo, los chiquitos van internalizando y haciendo propio.

No es sencillo cambiar el patrón de respuestas impulsivas, especialmente si es el modelo en el que crecimos, pero a medida que vayamos probando y teniendo éxito en esos intentos, veremos el cambio en el ambiente de la casa. Y si muchos lo intentamos, quizás podamos cambiar el ambiente del barrio, de la ciudad, del país, incluso del planeta…

tvcrecer agradece a Lic. Maritchu Seitún

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