Familia 62

¿Por qué me enojo cuando me enojo?

La mufa cotidiana es sana y perjudicial a la vez ¿Qué hacemos con ella? Para combatir el enojo parece haber prácticas y métodos más sencillos y concretos. Es clave, en materia de enojos, entender la necesidad de hacer prevención o pensar en intervenciones tempranas para evitar casos problemáticos.

Mariana tiene 37 años. Está casada. Tiene dos hijos: uno de 10, otro de 13. El ceño fruncido se enciende y se apaga, intermitente. Está alerta, tensa. Se masajea la nunca, mientras confiesa: «Mis hijos me agotan, ya no sé cómo controlarlos. Mi esposo llega a casa exhausto y le escapa al conflicto. Me siento sola, remando en medio del caos. Los amo, son mi familia, pero daría cualquier cosa por que todo fuera distinto». Claudio tiene 40 años y está casado con Mariana: «No tengo canas verdes porque ya ni pelo me queda». Está claro que él también está enojado: «Hace unos meses sentí que iba a romper algo, a golpear a alguien. Se me subía la sangre a la cabeza, el corazón bombeaba a full. El miedo me paralizó. Me angustié, lloré como un chico encerrado en el baño. Me di cuenta de que necesitaba ayuda.» Mariana y Claudio nos cuentan su historia en un bar de Palermo. Es domingo, son las 10 de la mañana. Sus hijos duermen y escaparon para desayunar lejos del ruido doméstico. A Claudio, su terapeuta le recomendó que genere espacios personales y otros compartidos con su esposa «para preservar la pareja» y cuidar la vida en familia.

Al menos una de cada tres personas de nuestro entorno es consciente de lo enojado que está y de los motivos por los cuales se enoja. La plata que no alcanza, el ascenso que no llega, el piquete, el tránsito que no avanza, el discurso violento del día, la envidia, el hambre, el calor, la humedad, la costumbre nomás de enojarse por enojarse.

Hay otro grupo de personas que se enojan sin saber precisamente por qué. Algo les molesta, los altera, los «saca de quicio». En ellos, el enojo se ha convertido en un mecanismo de defensa, en una forma de conducta y comunicación.

La gimnasia del enojo empieza en la cabeza y se apodera del cuerpo. La bronca deja arrugas y, lo que es peor, cala hondo, profundo; se enquista, se transforma en un estilo de vida poco recomendable. Muchos trastornos de conducta tienen su explicación cuando se descubre este circuito peligroso. En unos y otros casos -enojo con causa y enojo por costumbre- hay personajes, discursos y escenarios muy precisos, donde la vida cotidiana se juega la escena. Algo hace que hoy haya casas, escuelas y calles enojadas. Existen motivos y razones que desatan episodios de violencia entre parejas, padres e hijos, alumnos y maestros, jefes y empleados, compañeros de trabajo, peatones y conductores. Donde uno observe atentamente encontrará a alguien que está enojado por algo.

«Los argentinos, sobre todo los porteños, tenemos una cultura propia del enojo. Subís a un taxi, la radio está encendida. Un periodista critica, se queja, todo es motivo de enojo. El taxista se suma a la bronca. Un oyente en la radio se potencia, atrás se suma otro más enojado. El taxista clava el puño en la bocina, el del auto de al lado le grita, el peatón se asusta y enfurece.» Esther Díaz, doctora en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, describe así una escena cotidiana de la que no es difícil ser testigo y que, según ella, certifica una costumbre argentina bastante negativa: «La crítica permanente».

«Ejercemos la crítica de una manera cruel -explica Esther Díaz-. Hasta nos quejamos del tiempo cuando no encontramos otro motivo mejor calificado para enojarse.» Díaz cree que todo se remite, fundamentalmente, a una falta de ejercicio de la autocrítica. Todo indica que lo que escapa de nuestro parecer, lo que no responde a nuestras necesidades, es blanco de crítica y enojo.

«Para empezar por algún lado, creo que hay que buscar el aspecto positivo de aquello por lo nos quejamos tanto. No hablo de un optimismo tonto. Me refiero -propone la doctora en filosofía- a revertir la crítica y el enojo constante y pensarnos un poco más críticos de nosotros mismos. Creo que quienes tienen autocrítica se enojan menos.»

Los dos enojos: el bueno y el malo (como el colesterol)

Antes de endilgarle todo el mal que enviste su presencia, hay que destacar que el enojo tiene un costado positivo. El enojo es muchas veces el motor que permite avanzar hacia la meta. Es la fuerza, la energía creativa que se necesita para concretar un deseo, protegerse y hacer valer los derechos individuales y los del grupo de pertenencia. Pero, claro está, prima el aspecto negativo. El «enojo malo» atenta contra la salud física y psíquica; perturba, desorganiza el comportamiento y puede llevarlo al hombre a vivir situaciones límite o extremas.

Clarisa, de 24 años, pelea con sus «kilos de más»: «Hace pocos meses, una amiga me ayudó a entender que no paraba de comer porque estaba enojada. Estaba furiosa conmigo misma. No salía de un círculo vicioso que pudo terminar muy mal». Clarisa se apasiona en el relato, orgullosa de haber superado el trauma: «No podía volver al talle de ropa que había usado siempre. Si no conseguía volver a mi talle era por estúpida, porque no tenía control ni voluntad. Por eso me castigaba con más comida; después de todo, si no iba a adelgazar, para qué cuidarme». Clarisa bendice el momento en el que se dio cuenta.

El enojo por definición es una emoción fuerte que puede estimular una acción agresiva. Es una reacción fisiológica y psicológica al dolor, el sufrimiento, la amenaza o el peligro. Algo que pasa o que dicen pone en alerta. Frente a la amenaza, el cuerpo se prepara para el ataque o la fuga.

«El enojo tiene lugar cuando algo no satisface nuestras necesidades, creencias o deseos. Cuando no hay satisfacción, nos sentimos frustrados, y la frustración es la piedra fundamental sobre la que se construyen la bronca y la agresión. Las emociones negativas, como el enojo y la ira, desgastan y destruyen al hombre y a su entorno», explica la doctora Graciela Moreschi, médica psiquiatra especialista en vínculos.

Sea cual sea el volumen o grado que haya alcanzado, el proceso del enojo sigue siempre la misma dirección: se tiende a destruir, cueste lo que cueste, la fuente del miedo.

El doctor Marcelo Hernández, médico psiquiatra, analiza: «El que se enoja seguido es porque tiene baja tolerancia a la frustración. El enojo está estrictamente relacionado con las expectativas, las exigencias y lo que nos limita, nos frustra».

Cuando alguien se enoja, el cuerpo experimenta miles de cambios sucesivos. El doctor Hernández lo hace fácil de entender: «Se exprimen las glándulas suprarrenales y mandan al torrente sanguíneo adrenalina, noradrenalina, cortisol. Todo este shock de neurotransmisores produce cambios metabólicos, vasculares; aumentan la respiración y el ritmo cardíaco».

El enojo crónico ha sido vinculado con enfermedades coronarias, cáncer, embolias, así como depresión, automutilación y abuso de sustancias.

«Hay que estar atento frente a una persona enojosa -advierte Hernández-. A primera vista puede parecer alguien crítico, intolerante, irascible, pero detrás de esa postura puede esconderse un cuadro depresivo severo. Hay depresivos que transitan por la depresión enojándose e insultando por todo. Es todo lo contrario de lo que uno imagina de un depresivo sumiso, abatido, tirado en la cama.»

Puede pensarse el enojo como resultado de la ansiedad, la angustia y la impotencia. «Estos sentimientos que alteran el estado de ánimo -subraya la doctora Moreschi- han colaborado con el incremento en el consumo de ansiolíticos. Y, lo que es más grave aún, el enojo del escéptico, del descreído, aumenta el consumo de otras drogas.»

Moreschi considera que «el enojo paraliza y resiente». «Estamos dejando escepticismo como herencia -reflexiona la doctora-. Si nada de lo que quiere ocurre, si todo es imposible, si hay cosas que no tienen remedio y no hay salida, el escéptico se enoja y no hay cuerpo que resista tal desolación.»

El estilo de personalidad de cada uno dará curso y grado al sentimiento. Están quienes enfrentan el enojo, quienes resuelven la bronca y a otra cosa, quienes le huyen por temor o falta de recursos. Están quienes callan, quienes gritan, quienes pegan, quienes matan, quienes se escudan tras un cambio hormonal, quienes se calman con tomar un poco de aire o hacer actividad física.

Fabián, de 28 años, no está cómodo, como tanta gente de cualquier edad, en su lugar de trabajo. «Los domingos a las seis de la tarde empieza a dolerme la panza -comenta, mientras aprieta los puños y la mirada-. Me encierro en mi cuarto porque todo me da bronca. Ni siquiera atiendo el teléfono. Sé que voy a contestarle mal a quien se me cruce. Mi novia ya sabe que el domingo es el día ideal para salir con sus amigas, porque yo desaparezco.» Fabián es un joven analista de sistemas que está de novio hace cinco años y a él el futuro lo asusta para dar un paso más en su compromiso sentimental y profesional. La novia de Fabián es psicóloga y no puede creer que «la ley de Murphy» la haya tocado tan de cerca. «Ella me dice que tengo que aprender a transformar el enojo en acciones positivas -cuenta Fabián, en medio de una risa que muerde ironía-. La verdad es que mi jefe es un soberbio insoportable. Qué puedo hacer yo si él es el enojo y la violencia en persona.»

El doctor Marcelo Hernández hace hincapié en esta cuestión: «Cuando alguien se enoja seguido es que carece de idoneidad para manejar la situación. Pensemos, por ejemplo, en la persona en su ámbito de trabajo, con un jefe enojado, que grita, que hace abuso de su supuesto poder. Claro está que el que necesita enojarse para dirigir carece de talento, de capacidad de resolución, dirección y mando. Puede que haya cosas de la vida que lo enojen, pero no por eso debe ejercer su rol desde la agresión. Esa persona es insegura, no es idónea y ejerce la violencia».

Los enojos que no se detienen a tiempo pueden convertir a una sociedad en un sistema enfermo, violento. Así como ocurre con cada persona en particular, las sociedades que no resuelven sus enojos pueden terminar siendo comunidades frustradas, agresivas, violentas, deprimidas, presa del pánico.

«No hay autocrítica, no hay solidaridad, no hay compromiso», puntúa la filósofa Esther Díaz. «Vivimos enroscados en un círculo vicioso -subraya enfáticamente-, donde hay algunos que se declaran dueños de la verdad, y así no hay democracia digna. En los enojos es claro el conflicto con la autoridad.»

La terapia del enojo

Imaginemos la ciudad antienojo. No alcanzarían los psiquiatras y psicólogos para trabajar como acompañantes terapéuticos de todos los argentinos que viven enojados (ya dieron cuenta de esta relación tan particular Jack Nicholson y Adam Sandler en la película Locos de ira, de 2003). Supongamos, si esto no prospera, que se dispone instalar en las esquinas contenedores públicos acolchados donde la gente pueda entrar a quitar su enojo rebotando contra las paredes. Muy agresivo, muy loco. Entonces, por qué no plantar en las plazas muñecos inflables donde descargar la furia a golpes de puño. Todo muy delirante y cinematográfico.

Se insiste, ante todo, en la premisa de que el acto de enojarse es humano y natural; pero es clave poder identificar cuál es la causa, el contenido, la intensidad y el curso del enojo.

Para combatir el enojo parece haber prácticas y métodos más sencillos y concretos. Es clave, en materia de enojos, entender la necesidad de hacer prevención o pensar en intervenciones tempranas para evitar casos problemáticos.

El enojo, entendido desde la clínica, se trata con especialistas recién cuando la persona ha cometido un delito agresivo. Así funciona el sistema. Los jueces suelen solicitar terapias contra el estado de enojo, la ira y la violencia luego de evaluar una serie de peritajes en los que queda en evidencia el daño psíquico de esa persona, de su víctima o de toda una familia o sistema.

«Se puede aprender a manejar las emociones destructivas, como el enojo», sugiere Moreschi, que considera como efectivas las técnicas que aporta la terapia cognitivo conductual y la gestáltica. «La primera trabaja sobre los pensamientos y creencias del sujeto -explica la terapeuta-; la gestáltica aceptará la emoción que origina el síntoma y utilizará su energía para madurar esos aspectos de la personalidad.»

El psiquiatra Marcelo Hernández indica que las capacidades y los patrones de personalidad del paciente definen la terapia. «Aquel que tenga inteligencia introspectiva, reflexión y autocrítica podrá avanzar sin problemas en un tratamiento psicoterapéutico adecuado para revertir la creencia y la emoción que lo desajustan. El que carezca de estas virtudes deberá recibir medicación. En principio, un tratamiento con ansiolíticos. Luego habrá que evaluar si hay que acompañar el tratamiento con antidepresivos; esto, siempre y cuando se llegue a la conclusión de que tras ese estado de irascibilidad se esconde algún tipo de depresión.»

«Se trata de entender qué nos enoja. Pero no alcanza con sacar afuera la bronca, la angustia o los pensamientos negativos -reflexiona la doctora Moreschi-. Si hay algo que deseamos tanto y nos enoja no poder tenerlo, habrá que repensar qué estamos haciendo por alcanzarlo o entender que eso que buscamos no está a nuestro alcance, al menos en este momento. Saber hacer el duelo también es desterrar el enojo.»

Por Eduardo Chaktoura

El arte de poner limites sanos

El enojo y la agresión son normales en los chicos. Los especialistas aconsejan no suprimir los episodios de enojo porque, de lo contrario, estaríamos cercenando su imaginación y creatividad. Pero los chicos deben aprender cómo balancear sus propias necesidades con las necesidades de los otros. Aquí es donde entra en juego el difícil arte de poner límites sanos.

«Deberíamos poder enseñar a nuestros hijos cuándo los enojos son funcionales y cuándo no -sugiere Moreschi-. Para eso, tenemos que tener en claro qué actitud vamos a tomar frente a nuestros enojos, qué lugar vamos a ocupar en esta sociedad actual nociva, que fomenta la competencia, la rivalidad y el consumo.»

¿Alguien se puso a pensar en la cantidad de chicos enojados que andan deprimidos, obesos o insultando y pateando a maestros por ahí? ¿Cuántos de esos chicos son hijos de padres que viven enojados por el dinero que no alcanza, el éxito que no llega y las peleas por quién tiene o puede más? Una cosa no justifica la otra, pero ambas conviven bajo un mismo techo y una da espacio a la otra.

«El enojo es producto de una herencia genética combinada con una cultura familiar y social que determina -explica Hernández-. El que tiene tendencia a la hipoglucemia puede tener conductas agresivas. El que vive y crece en una casa donde el enojo es el contenido del discurso, es lógico que estemos frente a un sujeto enojado, agresivo, deprimido.»

Se aconseja trabajar las emociones desde edad temprana. La familia es el primer encuentro con la forma de modelar y vincularse con las emociones. «Sería muy beneficioso, más allá del rol clave de la familia, implementar un plan de educación emocional en las escuelas primarias de manera de enseñar a trabajar activamente con las emociones, la frustración, la espera y demás», propone Moreschi.

La Comisión de Ohio, que trabaja en la resolución de conflictos familiares, aconseja, entre otras cosas:

Deje que su hijo sepa que los sentimientos de enojo son normales.

Nunca castigue a su hijo cuando usted está enojado. Esto les duele y les da miedo. Esto también les enseña que la violencia puede ser usada para resolver problemas.

Deje que su hijo vea cómo usted, como adulto, controla su enojo. Dígale: «Yo estoy enojado ahora. Tengo que calmarme antes de hablar contigo sobre eso».

Los adolescentes son más susceptibles a expresar sentimientos de enojo y arranques de ira. Los cambios hormonales y la gran presión tienen un efecto significativo.

Conceptos para tener en cuenta

Lejos de dar consejos y hacer autoayuda, hay algunos conceptos prácticos sobre los que se puede reflexionar y seguir de cerca:

1. Aceptar que hay cosas que nos enojan

2. Identificar y aceptar eso que nos enoja

3. Trabajar con ese enojo que sentimos

4. Atreverse a decir que estamos enojados

5. Expresar el enojo en palabras. Si no puede decirlo, escríbalo

6. Resolver lo que nos enoja cuando estemos menos enojados

7. No convertir el enojo en violencia

8. Aprender a pedir perdón y a perdonar cuando el enojo fue exagerado

9. No sentir culpa por el derecho que tenemos de estar enojados

10. Consultar con un profesional apenas se crea que el enojo es incontrolable y que puede causar daño a uno mismo, a otras personas, animales o cosas

De la redacción de tvcrecer Fuente: Diario La Nación

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