Segunda parte (continuación)

Es evidente que estas marcas importan, más allá de la historia personal de cada sujeto, en la medida en que nos dan información sobre la historia de los lectores. Si asumimos la tarea de formar lectores, de crear lectores (porque, lamento desilusionarlos, los lectores no germinan de los porotos) debemos saber por qué algunos nos hemos dado al “Vicio impune” como decía la querida Graciela Cabal, cómo y por qué se genera ese vínculo positivo entre los sujetos y los libros y, sobre todo, cuáles son los caminos que conducen a consolidar, profundizar y desplegar ese lazo. Por esto es importante que nos situemos en el terreno de la recepción, que rompamos con el criterio funcionalista que utilizaron –- con la mejor intención, por supuesto -– los profesores de nuestra escuela secundaria, especialmente, para quienes todo lo indagable en el campo de la literatura transcurría, “objetivamente”, en el terreno de la obra, del autor y de sus supuestas intenciones.

Entonces, ¿la interpretación de un texto literario es propia de cada sujeto, única, diferente de todas las demás? Cada lector lee el texto que quiere y que puede según su historia y sus circunstancias. Pero, como dijo Umberto Eco, “acepto la propuesta de que un texto puede tener muchas significaciones, y rechazo la afirmación de que un texto puede tener todos los sentidos; en realidad, el propio texto lleva implícita la posibilidad de convertirse en el único parámetro de sus aceptables interpretaciones.” (Eco, 1992, citado por Mendoza Fillola, 1995).

Es indudable que esas lecturas que fueron importantes para cada sujeto, lecturas que disfrutamos como oyentes o como lectores autónomos, van conformando una cadena que podemos enhebrar mediante la competencia literaria. Es decir que, partiendo de unos pocos axiomas (por ejemplo, mientras estoy leyendo –o escuchando—me creo que “esto” sucede de verdad) cada nuevo texto permite que ese lector vaya siendo cada vez mejor lector porque autoconstruye e incrementa su competencia literaria. Por ejemplo, y para no apartarme demasiado, esa competencia literaria le permite desarrollar las conexiones entre diversos textos que denominamos intertextualidad. Así, para ser más concreto todavía, en estos días estoy leyendo la novela La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón (que recomiendo calurosamente) y todo el tiempo me asaltan imágenes de La historia Interminable, de Michael Ende, y de La guía fantástica, de Joles Senell. En las tres novelas hay un libro misterioso, una aventura iniciática, etcétera.

Quisiera referirme, aunque sea muy brevemente, al destacado papel de quien acerca un texto que deja marca. El mediador, mejor dicho el recomendador, que puede ser un familiar, un docente, otro chico, un periodista. Alguien confiable permite transferir esa corriente de confianza de la persona al texto. Funciona como una nodriza que, como dice Pennac, “da de leer”. Este recomendador, en definitiva, nos facilita vivir otras vidas, otras historias, que se integran a nuestras vidas y a nuestra historia. Quienes tenemos la experiencia de sugerir libros a través de los medios, ya sean gráficos, radiales o televisivo, sentimos esa gran responsabilidad pero también ese enorme placer de recomendar “nuestros” libros. Demás está decir que lo que esperamos del recomendador es que sea un lector intenso y extenso.

Una vez más, volvemos. Un texto informativo y otro literario están construidos con el mismo sistema lingüístico; lo que varía es la intencionalidad de su uso. ¿Cómo advierte el lector, sobre todo si ese lector es un niño o un joven, esa distinta manera de utilizar el mismo sistema? Nuevamente acudo a Mendoza Fillola (1995) “Es decir que un lector reconoce el uso artístico del sistema lingüístico gracias a su competencia literaria”.

A esta altura debemos preguntarnos por el vínculo, si es que existe, entre la lectura y/o escritura de ficción y la lectura y/o escritura de no ficción. Sabemos empíricamente que “la lectura estética es lo que convierte a las personas en lectores motivados para toda la vida”, como dicen Winograd y Smith (1999) citados por Rosa Tabernero y José Domingo Dueñas (2003). Dado que el lector de no ficción a veces acude al texto para cubrir una necesidad del momento, pasajera, probablemente se de el caso de que la lectura informativa conduzca menos frecuentemente hacia los textos literarios. Es decir que, cuando proponemos a los niños actividades de escritura y de lectura de textos ficcionales estamos facilitando el vínculo de ese niño, que antes que alumno o estudiante es niño, con la lectura y escritura de textos informativos.

Dicho de otro modo: no conozco ningún caso de un buen lector-productor de ficción que no comprenda lo que lee, a menos que los textos no ficcionales no estén bien estructurados o planteen temáticas totalmente ajenas a la niñez. Porque, digámoslo una vez más, son los textos interesantes los que forman lectores porque dan deseos de leer otros textos. Para mi generación, quienes lograron formar mayor cantidad y calidad de lectores fueron Salgari, Verne, Stevenson, Wilde y Dickens. Hoy, aunque suene a herejía, hacen más lectores Rowling, Montes, Pescetti, Roldán, Wolf, Devetch Tolkien, que cientos de tratados y de conferencias como ésta sobre promoción de la lectura. Es decir, son aquellos autores leídos cuando no existe ninguna obligación quienes fabrican lectores.

Me parece que podríamos intentar resolver las “graves dificultades que chicos y jóvenes tienen para entender o interpretar textos escritos”, como dicen algunos funcionarios, proporcionándoles textos que les interesen y que estén bien escritos, en vez de reducir los contactos de esos chicos con la literatura, ya sea en propuestas de escritura como de lectura. Si nos encaminamos hacia el reemplazo de los textos literarios por los pragmáticos, seguramente terminaremos por proponerles a los alumnos que en la clase de plástica pinten las paredes del aula porque es tanto más útil…

Pero miremos hacia el Jardín de Infantes y revisemos los libros informativos que ponemos en el rincón (aunque muchos de los cuales, verdaderamente y sin ironías, sería deseable ponerlos en penitencia en el rincón). Todavía existen esos libros que son un mero enumerar de objetos, elementos. Los animales de la granja puede ser un bello ejemplo. Una foto, o dibujo, de un cerdo (mejor cerda con los cerditos), en la página enfrentada un pavo, en la página siguiente una gallina (o mejor la familia completa, gallo – gallina – pollitos, así trabajamos valores, contenidos transversales), y así hasta el final del libro. ¿Nadie se pregunta a quién le interesa eso? Se me ocurre que debe ser tan espantoso para un chico como para nosotros, adultos, si un señor en el colectivo se nos acercara y nos explicara, con enjundia, los plegamientos del terciario o el Ciclo de Krebs. Más que una preparación para la lectura, estamos: a) ejercitando su motricidad fina, b) preparándolo para el indispensable hojear de revistas en cualquier peluquería (ya sea masculina como femenina). Pero de ganar lectores, nada.

Demás está decir que cada vez me parece más inadecuada esa expresión de trabajar un cuento. Leer, narrar, contar, conversar sobre… ¿no son expresiones más felices, y sobre todo, más ajustadas?

También quisiera referirme, muy pero muy brevemente, a esta cuestión de los valores y/o contenidos transversales. Creo que buscar cuentos con ese plus de valores nos ubica en los años cincuenta o sesenta cuando buscábamos cuentos para enseñarles a los chicos a lavarse las manos antes de comer o a prestar los útiles. Creo que este tipo de relatos termina, definitivamente, matando a la literatura. ¿Se imaginan a Borges, a Cortázar, a Bioy Casares escribiendo con valores. Lo que está provocando esta moda malsana es que los catálogos de las editoriales parezcan pasados por lavandina… Todo queda lavado, aséptico, políticamente correcto…

Dejé para el final un tipo muy especial de marcas que dejan las lecturas. Son las marcas de la no lectura, en realidad. Cuántos de entre nosotros tenemos una marca adversa llamada Platero y yo o El Quijote de la Mancha o Los Miserables. Son los textos que llegaron a destiempo, los textos que llegaron en presentación supositorios, los textos impartidos, administrados considerando su relevancia para la cultura universal antes que su importancia para este o estos receptores concretos. Son textos que nos vacunan contra la lectura. Entiéndaseme bien: no me niego a la lectura de los clásicos. Antes bien, soy un defensor de ellos. Pero pensando previamente en el receptor y, una vez más, en la calidad de la traducción o versión, etcétera. Como diría Jauretche, esas marcas negativas son un “pianta-votos” de la lectura. Son un resultado que después hay que intentar remontar.

Ojalá que estas reflexiones que hoy intenté compartir con ustedes en estas Jornadas, logren que en uno solo de los presentes — chiquita, tembleque, balbuceante — haya dejado una marca.

tvcrecer agradece a Carlos Silveyra

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