Cuando éramos chicos la idea era que a los niños «se los viera pero no se los oyera». No había en los adultos mucho respeto por esas personas de tamaño pequeño. Hoy nos fuimos al extremo contrario y los no respetados somos los grandes que aceptamos conductas inaceptables de «su majestad nuestro hijo»: no podemos mantener una conversación con otra persona sin que nos interrumpa, no hacemos valer nuestros espacios y tiempos y terminamos enojándonos con los chicos porque esperamos que ellos lo hagan por iniciativa propia en lugar de que lo aprendan (mientras son chiquitos y hasta que se acostumbren) con nuestro acompañamiento y enseñanza. Es nuestra tarea lograr que nuestros hijos nos respeten. Como en muchos otros temas, el respeto se enseña? respetando primero, es decir, con nuestro ejemplo. Los inconvenientes empiezan en la interpretación de la palabra: ¿qué significa respetar? Los mejores sinónimos me parecen considerar, honrar; en cambio, se complica cuando lo vemos como equivalente de acatar, obedecer, o venerar, es decir, hacer exactamente lo que nuestro hijo desea y apenas lo desea, y lo mismo ocurre cuando nosotros esperamos ese trato por parte de ellos.

Cuando pedimos un sometimiento excesivo, criamos prolijos y dóciles robots entrenados y nos angustiamos o enojamos cuando crecen porque no tienen iniciativa, no saben lo que quieren, no defienden su punto de vista ni sus pertenencias, sin darnos cuenta de que hace muchos años venimos coartando sus exploraciones… Esto mismo ocurre cuando nos hacen caso por temor.

Cuando, en el otro extremo, los dejamos hacer cualquier cosa, lo que a simple vista puede parecer una idea tentadora, no entendemos que los chicos lo viven como abandono (aunque no lo reconocerían como tal) y que no los fortalecemos para afrontar los inevitables contratiempos de la vida.

Veamos un ejemplo de falta de respeto muy habitual: salgo con mi hija de 11 años a comprar la remera que venimos pensando comprar hace días; vamos juntas, muy contentas de compartir ese rato. Me encuentro con una amiga en la calle y me pongo a charlar, a los dos minutos mi hija se queja un poco, a los cinco se pone molesta y a los diez insoportable; en realidad ella tiene razón de protestar, pero yo furiosa le digo: «Maleducada, te quedaste sin el programa» y nos volvemos a casa? Es muy distinto de lo que haría si me encontrara en la calle con una amiga estando con otra: la saludo y en menos de un minuto me despido diciendo: «En cuanto llego a casa te llamo».

Si nuestros hijos conocen desde chicos el respeto, por haberlo recibido de sus padres y otros adultos cercanos; si fomentamos en ellos el respeto a sus pares (hermanos, amigos) y a los adultos (a medida que crecen y los vemos listos para hacerlo); si nos hacemos respetar, no por la fuerza sino por el amor que nos tenemos y porque nos fuimos ganando ese respeto, ellos crecerán con recursos para defender sus puntos de vista, luchar por sus ideas e ideales, creer en ellos mismos y, finalmente, ayudar, a partir de ese respeto recibido, aprendido y practicado, a construir un país distinto, en el que dejen de predominar el autoritarismo, el miedo o el laissez faire, en el que todos sepamos respetar y hacernos respetar, y así construyamos un país mejor para todos.

tvcrecer agradece a la Lic. Maritchu Seitún

 

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